Friday, March 9, 2007

Obras perdidas

Debido a que me encuentro totalmente sometido a un viaje shakesperiano bastante terriblón, he estado perdiendo horas ciegas (procrasticanción, creo que así se llama) surfeando el web en busca de información sobre el bardo isabelino, inventor de lo humano en la literatura, según el crítico Harold Bloom. Fue así como volvió a entrar en mi conciencia el hecho que Shakespeare y Cervantes murieron en el mismo año: 1616. Me parece increíble que estos dos genios fueran contemporáneos. Más increíble aún es que, si bien Cervantes no tenía ni puta idea de quien era Shakespeare, Shakespeare aparentemente sabía del manco apestao de Lepanto. Según Wikipedia, siempre una fuente poco confiable pero por lo mismo tanto más interesante como herramienta de investigación nebulosa (la construcción fatula es adrede, para que haya confusión sobre si lo nebuloso es la herramienta o la investigación) la primera parte del Quijote circuló en traducción por la Inglaterra isabelina. De hecho, hay una obra perdida de Shakespeare basada en uno de los episodios del Quijote- ¨Cardenio¨. Según Bloom y Wikipedia ¨Cardenio¨ se escribió en colaboración con John Fletcher y tuvo estreno en Londres a cargo de los King´s Men, la compañía del bardo.

Bueno, todo esto me resulta fascinante, precisamente porque me excita la imaginación el hecho de que ¨obras perdidas¨ como Cardenio anden flotando por ahí, tirando sombras sobre la historia de la literatura. Me interesa sobre todo como éstas, que nadie tiene idea de su contenido, inciden sobre la literatura que conocemos. Un ejemplo famoso es El nombre de la rosa de Humberto Eco, un thriller basado en un monasterio medieval que gira en torno a un manuscrito perdido de la Comedia de Aristóteles. Se trata, quizás, de la obra perdida más importante de la historia, donde el taxónomo por excelencia discurre sobre los elementos que componen la comedia y que servía de volumen hermano de su Poética, donde analiza la composición del drama, la épica y la tragedia.

Claro, en mi cabeza existen más de una explicación para la no existencia de las obras perdidas, más allá de que literalmente se hayan perdido a través del tiempo. Perdida también es una obra que no ha visto la luz del día porque ha sido engavetada, relegada forzosamente al olvido o nunca ha llegado a publicarse o a distribuírse (en el caso de una película) porque no ha encontrado quien la saque a flote. Hay obras perdidas que así lo son por censura, externa o autoimpuesta. Perdida hubiera sido la obra entera de Kafka si su albaceas no hubiera desobedecido las instrucciones del autor.

En el cine purertorriqueño de la DIVEDCO, esa rama gubernamental que produjo un cine educional a partir de los cuarenta y que aún sobrevive como la mejor muestra de la producción cinematográfica nacional existe un caso célebre. Ignacio fue una película que trataba sobre la migración de la ruralía a los arrabales de la ciudad. Se trata de una familia que se traslada al Caño Martín Peña y allí no conoce más que miseria. Según la leyenda el mismo Muñoz Marín, que había desarrollado la DIVEDCO como un ¨pet project¨, mandó a engavetar Ignacio por lo contraproducente que le resultaba la imagen que presentaba de los arrabales sanjuaneros vis a vis su plan-de-progreso-pan-tierra-y-libertad-operation-bootstrap-chijí-chijá. La peli quedó en el olvido hasta que, décadas después, el historiador y cineasta Luis Rosario Albert haciendo investigación sobre una retrospectiva que quería montar sobre la DIVEDCO se topó con una latas de cine olvidadas en un laboratorio de revelado cinematográfico en Nueva York. Allí descubrió uno de los pocos ¨prints¨ sobrevivientes de Ignacio. La peli al fin logró su estreno a finales de los noventa, luego de más de cuatro décadas de haber sido realizada.

En la literatura del patio conozco dos casos que me llaman la atención. Uno es la primera novela de Manuel Abreu Adorno, el ¨escritor maldito¨ par exellance de Ocean Park que fue encontrado muerto en un banco de París. ¨Eleanor Rigby o la noche que mataron a¨ suena como que es una especie de bildungsroman muy particular, un ¨tell all¨ de las vivencias del autor en el colegio San Ignacio a principio de los setenta. Parte de mí sabe que la novela no ha sido publicada porque debe ser bastante mala. Sin embargo, siendo fanático de los ¨blanquitos¨ y su literatura me interesaría leerla si es que a algún editor con un gusto morboso por la miscelánea literaria le da por echarse encima ese proyecto. Un caso muy diferente es ¨La querencia¨ el último poemario de Ángela María Dávila, otra ¨poeta maldita¨ . Según he escuchado, la querencia se trata de poesía demoledora y visceral y puede que contenga poesías de cuando Ángela María ya padecía de una enfermedad mental que la dejó inhabilitada en la última década de su vida. Hay quienes dicen, incluso, que el poemario excede la fuerza de Animal fiero y tierno, su obra maestra. Desafortanadamente, ¨La querencia¨ no se ha publicado porque su manuscrito ha resultado ser tan problemático y lleno de vicisitudes como su autora lo fue en vida. No conozco los detalles de la tortuosa trayectoria del texto, pero creo que está plagado por peleas internas entre la sucesión de Ángela María y los poetas que la rodeaban.

En una nota muy personal, hay una peliculita perdida que llevo muy de cerca y que nunca podré llegar a ver. Mi padre hizo sus estudios de ¨Film Studies¨ en la universidad de Columbia a finales de los sesenta. Como parte del currículo forzaban a los nerds dedicados a la crítica/historia/teoría del cine a coger una clase de producción. El ejercicio final constaba de una cortometraje silente hecho en Super 8 que cada estudiante debía filmar y editar. Podían escoger entre un ¨chase film¨, una historia de amor o una historia sobre la soledad. Obviamente mi padre, que siempre ha tenido una predisposición por lo lúgubre a pesar de su intenso sentido de la ironía y el humor satírico, escogió la soledad. No hay duda en mi mente de que la peliculita debe haber sido un fracaso total. El director así me lo ha admitido en más de una ocasión. Me imagino toma tras toma de una calidad bergmanesca meets the caribbean charrería de un hombre caminando solo por Central Park. Como buen caribeño, el cineasta debe haber concluído con una toma del protagonista mirando distraídamente al río Hudson. Por alguna razón los cubanos/puertorros/dominicanos que conozco en Nueva York se la pasan buscando el agua, como si al encontrarse con ella les llegara la sensación reconfortante de que Manhattan también es una isla. En todo caso el realizador alegadamente destruyó la única copia décadas más tarde, luego de nacidos sus cinco hijos. Alegadamente la destrucción del material fue instigado por mi madre, que lo sometía a limpiezas esporádicas de su atiborrado closet que solía contener una colección impresionante de ¨stills¨ y ¨glossies¨ de estrellas de cine que había adquirido a lo largo de una carrera extendida como crítico de cine.

Ahora soy yo el que se encuentra haciendo una maestría en Columbia como aspirante a guionista y director cinematográfico. No estoy aquí porque mi padre estudió aquí sino porque fue la única universidad que me admitió (de hecho, estoy seguro de que la única razón por la que me admitieron fue porque alguien en la oficina de admisiones cometió un error clerical, después de todo, desde NYU a la Universidad de Texas me dijeron que no). No obstante, me parece una coincidencia agradable. Sigo pensando en la peliculita perdida de mi padre, quien me dio la oportunidad de crecer viendo a Hitchcock y a Truffaut. Como estudiante de cine todos los días me siento acosado por las mismas preguntas: ¿qué hago estudiando esto? Nada de lo que hago me parece especialmente interesante o bien hecho. La industria del cine es difícil y sumamente competida. Me cuestiono qué pasará cuando me gradúe y tenga más de cien mil dólares en deudas. Lucho con las inseguridades a diario. Es en ocasiones como ésta que la peliculita de mi padre se asoma en la parte de atrás de mi mente y una de las contestaciones a las que acudo para no caer en una parálisis provocada por el ataque de nervios es que estoy tratando de rehacer la película que mi padre perdió, aunque solo sea para destruírla yo también en mi momento.

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